Son las 2:35 de la mañana, de este
frio y triste lunes; apurando las últimas horas de un fin de semana
horrible y doloroso.
Debería haber sido un fin de semana
perfecto, junto con mi marido y mi hijo de casi tres años íbamos a
visitar a una gran amiga y a su maravillosa familia; mi hijo tendría
este fin de semana a la mascota de la guardería y disfrutaría del
puente, aprendiendo y disfrutando.
En cambio ha sido un fin de semana
intenso.
El viernes al mediodía sentí que
algo no iba bien, no había dolor, pero un leve sangrado me alertó
que la vida en mi vientre que tanto nos había costado conseguir
volvía a estar en peligro. El reposo absoluto no hizo más que
confirmar las sospechas, el nido estaba siendo abandonado.
A media tarde me dirigí sola al
hospital de referencia, ese hospital que me ha dado tantos disgustos
como alegrías; el mismo hospital que me sacó sin mi niña, con los
brazos vacíos y el corazón encogido, y el mismo hospital del que
salí feliz y airosa hace casi tres años con mi precioso hijo en
brazos.
Allí y tras varias ecografías y un
grupo de estudiantes con cara de circunstancias, me dijeron que esa
nueva esperanza que se albergaba en mi interior se estaba yendo. A
solas lloré, grité y maldije; por primera vez en algunos años
volví a pelearme con el mundo y volví a perder.
Al llegar a casa, esperaba mi hijo, sus
sonrisas y su amor infinito.
Se fuerte me dije, que no te vea llorar
me ordené, que no note ni presienta el dolor y la angustia.
A la mañana siguiente dejamos a
nuestro hijo junto con su tía; mi marido y yo nos encaminamos al
hospital.
Fue una tarde de espera y dolor, mucho
dolor; dolor inútil y penoso; un dolor de parto sin premio. Un dolor
corporal que sólo remitió al sentir marchar a mi precioso bebé,
solos los dos en una fría habitación de hospital, sin más apoyo
que un bote para “dejar lo que eches” y todo el amor de mi
marido.
Tuve, no, tuvimos a la tribu a golpe de
whatsapp tirando de nosotros, respetando silencios y respondiendo
rápidas a cualquier solicitud, nerviosas y tristes sintiendo con
nosotros; tuvimos los videos y fotos que mi hermana nos mandaba de
nuestro hijo haciendo sus cosas cotidianas y hablando con su lengua
de trapo.
Tuve un grupo de enfermeras y
profesionales que comprendiendo lo que pasaba en la habitación 444
se volcaron en no volcarse, en dejar espacio y en respetar decisiones
a veces dolorosas como quedarse “el bote” un rato más.
Después del dolor físico, el legrado,
y una noche extraña... caricias, croquetas, lagrimas y una nube de
somnolencia.
A la mañana siguiente más tribu, más
lluvia en el corazón y más dolor en el alma.
Parir a tu hijo muerto, verle la cara y
las manitas, despedirte de el sin palabras.... Es con diferencia lo
que más nos ha unido a él; y su imagen nos acompañará en todos
sus cumpleaños no cumplidos.
Hoy, cuando mi hijo se levante,
comenzará un nuevo día, una nueva semana, comenzará mi duelo
silencioso, porque mi príncipe de rizos rebeldes es lo que me
retiene para no desear irme con mis otros dos hijos, y se merece a su
madre al cien por cien.
Hoy hijo, te doy las gracias por ser
fuerte y haber resistido ese nido hostil que fue mi vientre y haberme
dado lo mejor de la vida.
Un beso mi niña. Te cojo la mano y te abrazo en la distancia. Belén
ResponderEliminarHa sido un fin de semana muy duro, unos momentos muy duros compartidos con tu marido, con tu amor... mientras te esperaba en casa tu peque que te da todas las alegrias del mundo, porque un niño es maravilloso y por el tienes que ser fuerte, por el tienes que intentar sonreir, porque se lo merece todo. Igual que tu.... Mucho animo y poco a poco irás viendo el sol. Un beso enorme!!!
ResponderEliminarSolo puedo mandarte un abrazo de esos que dicen mas, que cualquier palabra que pueda escribirte.
ResponderEliminarjod... que injusta la vida.
un abrazo enorme
Un beso y un abrazo grandes
ResponderEliminarSabes que te queremos y que siempre estaremos a tu lado, para lo bueno y para lo malo... Y que fines de semana habrá muchos otros que compartir
ResponderEliminarUn momento muy duro sin ninguna duda, pero tú eres una mujer mucho más fuerte de lo que crees y tienes un niño maravilloso que seguirá tirando de ti. Te quiero amiga
ResponderEliminarLo siento en el alma. Nunca he sabido que decir en estos casos, no se si existe consuelo ante ese dolor pero os mandamos todo nuestro cariño.
ResponderEliminarUn abrazo muy fuerte
Hoy me he topado con tu blog, sin querer. De hecho a estas horas (llevo varias leyéndolo) ya no sé cómo llegué aquí. Me has hecho vivir tantos hermosos momentos con la espera y nacimiento de pequeñoJedi, que quería agradecértelo.
ResponderEliminarNo esperaba leer esta última entrada, que me ha causado mucho dolor. Yo pasé lo mismo hace algunos meses atrás (octubre) y el dolor es indescriptible. Era mi primer ángel, y no pudo quedarse conmigo. Tu bien sabes que se aprende a vivir con el dolor, más no se olvida. A diferencia de mi, tu tienes un regalo maravilloso junto a ti, que te da fuerzas para seguir cada día. Yo tengo la esperanza (a pesar de mis años -38 con cara de 39-) de poder tener mi propio milagro. Vive tu duelo, llora a tu ángel, que nuestras ganas de tenerlo entre los brazos no descansa nunca.... vive.... y renace otra vez, como ya lo has hecho. Un abrazo enorme para ti, desde una galaxia muy, muy lejana (Chile).