El miedo es el camino hacia el Lado Oscuro, el miedo lleva a la ira, la ira lleva al odio, el odio lleva al sufrimiento

14 de febrero de 2014

Brazos vacios llenos de abrazos

Mi pajarillo:

Te todas todas te tocaba ser el/la segunda, en ese sitio donde estas te esperaba tu hermana mayor para imagino, ayudarte a esperarme cuando podamos volver a estar juntas las tres; aquí, si mi vientre no hubiera sido un lugar tan hostil, en septiembre, habrías convertido a tu hermano en hermano mayor.

De todas maneras eres la/el segundo; en este caso mi segundo gran fracaso, mi segundo aviso de la naturaleza.

Pero yo también soy la segunda, y ser la segunda no esta tan mal...

La segunda tiene el camino más llano, y mamá puede abrazarte desde el dolor, tu hermana tuvo que esperar mucho tiempo para poder saber de mi, porque no acepte su pérdida.

Quizá la tuya la acepto mejor porque pudimos vernos, pudimos llorar juntos los tres y decirnos adiós a la cara; papá y yo pudimos sentir que eras real, no una imagen quieta en un monitor.

Al salir del hospital, tristes, con los brazos vacios llenos de abrazos, tu padre y yo oímos un bebé llorar, nos dimos la vuelta, porque el corazón fue más rápido que el cerebro; pero no eras tu, era imposible que hubieses sido tu. Ese sonido junto a la imagen de tu cuerpecito me los guardo para nosotros.

Eres la segunda, pero no estas ni encima ni debajo de ninguno de tus hermanos; estas entre ellos.

No porque, no me quede en la cama llorando, hundida y desesperada de dolor; no siento menos tu ausencia.

Siento que te estoy fallando por segunda vez; todo es segundo.... odio lo segundo....

Todo mi amor no pudo retenerte en mi vientre y todo mi dolor no puede llenar mi mente....

Pero estas aquí, junto a tu hermana en este enorme hueco vacío que hay en mi corazón, un hueco que debería estar lleno de besos y caricias, canciones y susurros. Un enorme hueco que nadie llenará, porque es tu hueco.

Hoy me vuelvo a despedir de ti, esta vez con palabras... te pido perdón por dejarte marchar, por no poderte acompañar un minuto más en tu camino; pero tu hermano me espera y me necesita tanto como yo a ti.

Te pido por favor, te quedes con tu hermana y os hagais compañia, si ella aún no la ha encontrado, buscar a la abuela... ella os dará calor y consuelo.

Te quiero mi pequeño pajarillo  y te querré toda mi vida.

12 de febrero de 2014

Su nido vacio

Hoy hablando con una amiga que esta pasando el duelo de la amarga espera; hablando de esta pérdida y de como me siento; me ha dicho algo que me ha hecho reflexionar...

Porque los hombres, maridos y padres, no sienten el dolor del vientre vacío, no son ellos los que se hormonan para conseguir ese positivo en un papel, no sufren el dolor físico del parto sin premio, ni pueden experimentar el continuo examen al que se somete una madre de brazos vacíos.”

Pero tampoco sienten la culebrilla en el vientre, o la presión que hace ir al baño a cada rato, no tienen ese subidón hormonal de felicidad infinita al dar de mamar a su bebé.

Ellos son los grandes olvidados...

El sábado pasado vi a mi marido sufrir, tanto como yo, no tuvo contracciones pero si fue su sangre la que se derramó, porque fue su hijo el que se fue, y una parte de él se fue con el.

Mi marido perdió a su hijo, tal como lo perdí yo.

Pero el “debe ser fuerte” debe “cuidarme” y debe “mantenerse entero”, y yo me pregunto ¿Porqué? ¿Por qué a mi marido no se le permite sentirse a hablar de su pérdida y llorar por su hijo nacido muerto seis meses antes de lo debido?

El embarazo, parto y puerperio parecen exclusivos de la madre y el niño si sale bien, y exclusivo de la mujer si sale mal.

El padre es ese ser que atiende a las visitas y pone el café (ahora ya ni puros regala el pobre) cuando su hijo nace; y es el “timón” del barco a la deriva que se convierte una casa ante una pérdida así.

¿Y entonces? El hombre ¿Cuándo llora? ¿Cuándo hace su duelo? ¿Cómo se despide, se rompe y vuelve a recomponerse?

Me niego educar a mi hijo en ese limbo, necesito saber que vosotros, hombres que me leéis, habéis encontrado a alguien, un momento un instante para llorar, para gritarle y escupirle al sol toda la rabia y el dolor de vuestro interior.

Hoy más que nunca os valoro por lo que sois, personas antes que hombres y padres; valoro vuestros sentimientos y acepto vuestro dolor.

Hoy y aquí, por escrito y ante el mundo entero me comprometo a no castrar los sentimientos de mi hijo, a no practicarle una ablación terrible.

Ante todos y cada uno de vosotros, que habéis tenido que “ser fuertes” y reprimir vuestras lagrimas, por cada una de esas gotas saladas no vertidas me comprometo a enseñar a mi hijo a llorar, hundirse y levantarse como una persona más fuerte aún; a ser un hombre.

Este post va dedicado sobretodo al hombre de mi vida, que con su amor y su sensibilidad me ha demostrado una vez más que es el mejor compañero de viaje que pude jamás imaginar.



10 de febrero de 2014

Mi Nido Vacio

 Son las 2:35 de la mañana, de este frio y triste lunes; apurando las últimas horas de un fin de semana horrible y doloroso.

Debería haber sido un fin de semana perfecto, junto con mi marido y mi hijo de casi tres años íbamos a visitar a una gran amiga y a su maravillosa familia; mi hijo tendría este fin de semana a la mascota de la guardería y disfrutaría del puente, aprendiendo y disfrutando.

En cambio ha sido un fin de semana intenso.

El viernes al mediodía sentí que algo no iba bien, no había dolor, pero un leve sangrado me alertó que la vida en mi vientre que tanto nos había costado conseguir volvía a estar en peligro. El reposo absoluto no hizo más que confirmar las sospechas, el nido estaba siendo abandonado.

A media tarde me dirigí sola al hospital de referencia, ese hospital que me ha dado tantos disgustos como alegrías; el mismo hospital que me sacó sin mi niña, con los brazos vacíos y el corazón encogido, y el mismo hospital del que salí feliz y airosa hace casi tres años con mi precioso hijo en brazos.

Allí y tras varias ecografías y un grupo de estudiantes con cara de circunstancias, me dijeron que esa nueva esperanza que se albergaba en mi interior se estaba yendo. A solas lloré, grité y maldije; por primera vez en algunos años volví a pelearme con el mundo y volví a perder.

Al llegar a casa, esperaba mi hijo, sus sonrisas y su amor infinito.

Se fuerte me dije, que no te vea llorar me ordené, que no note ni presienta el dolor y la angustia.

A la mañana siguiente dejamos a nuestro hijo junto con su tía; mi marido y yo nos encaminamos al hospital.

Fue una tarde de espera y dolor, mucho dolor; dolor inútil y penoso; un dolor de parto sin premio. Un dolor corporal que sólo remitió al sentir marchar a mi precioso bebé, solos los dos en una fría habitación de hospital, sin más apoyo que un bote para “dejar lo que eches” y todo el amor de mi marido.

Tuve, no, tuvimos a la tribu a golpe de whatsapp tirando de nosotros, respetando silencios y respondiendo rápidas a cualquier solicitud, nerviosas y tristes sintiendo con nosotros; tuvimos los videos y fotos que mi hermana nos mandaba de nuestro hijo haciendo sus cosas cotidianas y hablando con su lengua de trapo.
Tuve un grupo de enfermeras y profesionales que comprendiendo lo que pasaba en la habitación 444 se volcaron en no volcarse, en dejar espacio y en respetar decisiones a veces dolorosas como quedarse “el bote” un rato más.

Después del dolor físico, el legrado, y una noche extraña... caricias, croquetas, lagrimas y una nube de somnolencia.

A la mañana siguiente más tribu, más lluvia en el corazón y más dolor en el alma.

Parir a tu hijo muerto, verle la cara y las manitas, despedirte de el sin palabras.... Es con diferencia lo que más nos ha unido a él; y su imagen nos acompañará en todos sus cumpleaños no cumplidos.

Hoy, cuando mi hijo se levante, comenzará un nuevo día, una nueva semana, comenzará mi duelo silencioso, porque mi príncipe de rizos rebeldes es lo que me retiene para no desear irme con mis otros dos hijos, y se merece a su madre al cien por cien.

Hoy hijo, te doy las gracias por ser fuerte y haber resistido ese nido hostil que fue mi vientre y haberme dado lo mejor de la vida.