Hoy hablando con una amiga que esta
pasando el duelo de la amarga espera; hablando de esta pérdida y de
como me siento; me ha dicho algo que me ha hecho reflexionar...
“Porque los hombres, maridos y
padres, no sienten el dolor del vientre vacío, no son ellos los que
se hormonan para conseguir ese positivo en un papel, no sufren el
dolor físico del parto sin premio, ni pueden experimentar el
continuo examen al que se somete una madre de brazos vacíos.”
Pero tampoco sienten la culebrilla en
el vientre, o la presión que hace ir al baño a cada rato, no tienen
ese subidón hormonal de felicidad infinita al dar de mamar a su
bebé.
Ellos son los grandes olvidados...
El sábado pasado vi a mi marido
sufrir, tanto como yo, no tuvo contracciones pero si fue su sangre la
que se derramó, porque fue su hijo el que se fue, y una parte de él
se fue con el.
Mi marido perdió a su hijo, tal como
lo perdí yo.
Pero el “debe ser fuerte” debe
“cuidarme” y debe “mantenerse entero”, y yo me pregunto
¿Porqué? ¿Por qué a mi marido no se le permite sentirse a hablar
de su pérdida y llorar por su hijo nacido muerto seis meses antes de
lo debido?
El embarazo, parto y puerperio parecen
exclusivos de la madre y el niño si sale bien, y exclusivo de la
mujer si sale mal.
El padre es ese ser que atiende a las
visitas y pone el café (ahora ya ni puros regala el pobre) cuando su
hijo nace; y es el “timón” del barco a la deriva que se
convierte una casa ante una pérdida así.
¿Y entonces? El hombre ¿Cuándo
llora? ¿Cuándo hace su duelo? ¿Cómo se despide, se rompe y vuelve
a recomponerse?
Me niego educar a mi hijo en ese limbo,
necesito saber que vosotros, hombres que me leéis, habéis
encontrado a alguien, un momento un instante para llorar, para
gritarle y escupirle al sol toda la rabia y el dolor de vuestro
interior.
Hoy más que nunca os valoro por lo que
sois, personas antes que hombres y padres; valoro vuestros
sentimientos y acepto vuestro dolor.
Hoy y aquí, por escrito y ante el
mundo entero me comprometo a no castrar los sentimientos de mi hijo,
a no practicarle una ablación terrible.
Ante todos y cada uno de vosotros, que
habéis tenido que “ser fuertes” y reprimir vuestras lagrimas,
por cada una de esas gotas saladas no vertidas me comprometo a
enseñar a mi hijo a llorar, hundirse y levantarse como una persona
más fuerte aún; a ser un hombre.
Este post va dedicado sobretodo al
hombre de mi vida, que con su amor y su sensibilidad me ha demostrado
una vez más que es el mejor compañero de viaje que pude jamás
imaginar.
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