El miedo es el camino hacia el Lado Oscuro, el miedo lleva a la ira, la ira lleva al odio, el odio lleva al sufrimiento

12 de febrero de 2014

Su nido vacio

Hoy hablando con una amiga que esta pasando el duelo de la amarga espera; hablando de esta pérdida y de como me siento; me ha dicho algo que me ha hecho reflexionar...

Porque los hombres, maridos y padres, no sienten el dolor del vientre vacío, no son ellos los que se hormonan para conseguir ese positivo en un papel, no sufren el dolor físico del parto sin premio, ni pueden experimentar el continuo examen al que se somete una madre de brazos vacíos.”

Pero tampoco sienten la culebrilla en el vientre, o la presión que hace ir al baño a cada rato, no tienen ese subidón hormonal de felicidad infinita al dar de mamar a su bebé.

Ellos son los grandes olvidados...

El sábado pasado vi a mi marido sufrir, tanto como yo, no tuvo contracciones pero si fue su sangre la que se derramó, porque fue su hijo el que se fue, y una parte de él se fue con el.

Mi marido perdió a su hijo, tal como lo perdí yo.

Pero el “debe ser fuerte” debe “cuidarme” y debe “mantenerse entero”, y yo me pregunto ¿Porqué? ¿Por qué a mi marido no se le permite sentirse a hablar de su pérdida y llorar por su hijo nacido muerto seis meses antes de lo debido?

El embarazo, parto y puerperio parecen exclusivos de la madre y el niño si sale bien, y exclusivo de la mujer si sale mal.

El padre es ese ser que atiende a las visitas y pone el café (ahora ya ni puros regala el pobre) cuando su hijo nace; y es el “timón” del barco a la deriva que se convierte una casa ante una pérdida así.

¿Y entonces? El hombre ¿Cuándo llora? ¿Cuándo hace su duelo? ¿Cómo se despide, se rompe y vuelve a recomponerse?

Me niego educar a mi hijo en ese limbo, necesito saber que vosotros, hombres que me leéis, habéis encontrado a alguien, un momento un instante para llorar, para gritarle y escupirle al sol toda la rabia y el dolor de vuestro interior.

Hoy más que nunca os valoro por lo que sois, personas antes que hombres y padres; valoro vuestros sentimientos y acepto vuestro dolor.

Hoy y aquí, por escrito y ante el mundo entero me comprometo a no castrar los sentimientos de mi hijo, a no practicarle una ablación terrible.

Ante todos y cada uno de vosotros, que habéis tenido que “ser fuertes” y reprimir vuestras lagrimas, por cada una de esas gotas saladas no vertidas me comprometo a enseñar a mi hijo a llorar, hundirse y levantarse como una persona más fuerte aún; a ser un hombre.

Este post va dedicado sobretodo al hombre de mi vida, que con su amor y su sensibilidad me ha demostrado una vez más que es el mejor compañero de viaje que pude jamás imaginar.



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